Wednesday, October 1, 2008

Por acá, a los tumbos

Joaquín Morales Solá 
El análisis

Por Joaquín Morales Solá 

Para LA NACION

Miércoles 1 de octubre de 2008 | Publicado en edición impresa 
  • Brasil y Chile están sintiendo ya las consecuencias en sus economías ?y en sus políticas internas? de la crisis financiera internacional. Mal pronóstico. Son las economías más ordenadas y prestigiosas del sur de América. En la Argentina, el colapso mundial encuentra a los Kirchner a los tumbos por obra de la economía trastornada y de la política frágil; ya estaban así antes de que el estrépito sacudiera los cimientos del sistema financiero.

Para peor, las más graves consecuencias en la economía real se sentirán en todo el mundo en el curso del próximo año. En 2009 habrá elecciones de mitad de mandato en la Argentina. Es cierto que la oposición está aún fragmentada y dispersa, pero ninguna encuesta le augura hoy un triunfo al matrimonio gobernante. "Sólo una oposición muy impotente podría permitirle al oficialismo un triunfo con el 30 por ciento de los votos", aceptó un ministro de Cristina Kirchner. Ninguna medición de opinión pública le permite al oficialismo algo más grande que un optimismo del 30 por ciento.

Los Kirchner nunca quisieron reconciliarse con el campo, aun cuando saben que de ahí podría salir la única solución nacional para sobrevivir a los tembladerales del mundo. Los ruralistas le propinaron al matrimonio gobernante la primera derrota política en la vida de ambos. ¿Venganza oficial sobre el sector agropecuario? ¿Penitencia? Un poco de las dos cosas se cuela en la política -o no política- con los ruralistas.

Sin respuestas

Ni siquiera las consecuencias de una devastadora sequía les ablandó el corazón a los Kirchner. Las imágenes de un campo seco, habitado sólo por animales que morían sedientos, debieron disparar en el acto políticas de emergencia y palabras de solidaridad oficiales. Nada. Se lo merecen. Hasta George W. Bush (que ciertamente no se enteró ni le importa enterarse) recibió el trato que los Kirchner le propinan a un adversario en desgracia.

El campo está encontrando en la venganza kirchnerista los efectos de la resolución 125, que es lo que le faltaba para desatar otra ola de protestas y de medidas de fuerza. "Nos está faltando el enemigo que se ve, que agrupa y que convoca a la sociedad", admitió hace pocas semanas uno de los principales dirigentes de la Comisión de Enlace. Problemas no les faltaban a los ruralistas, porque los Kirchner nunca reconocieron ninguno de sus conflictos. El tamiz ideológico deformó todo ante la mirada de ellos.

El principal obstáculo de los ruralistas consiste, sin embargo, en que tienen demasiados combates sin resolver como para encontrarles una sola bandera a todos. La denuncia de la venganza oficialista parece ser el primer paso en la construcción de un nuevo emblema.

El caso Antonini Wilson está dejando más huellas en la sociedad de las que los gobernantes aceptan, según los expertos en mediciones de opinión pública. La eventual corrupción es un condimento fatal cuando las cosas no andan bien para la mayoría social. Y las cosas no andaban bien desde mucho antes de que el mundo comenzara a perder el equilibrio.

En rigor, el intervencionismo del Estado defendido por Cristina Kirchner en los últimos días se limitó a la economía. Intervino mal, para peor. El resto del Estado es un páramo estéril e incapaz.

La crisis mundial también les abrió a los Kirchner, es cierto, una hendija para huir de la encerrona. Enardecidos contra la corriente intelectual neoliberal, terminaron haciendo todo lo que los neoliberales les aconsejaban hacer: salir del default con el Club de París y con los holdouts , salidas que, en ambos casos, están aún en proceso de incipiente negociación. Sólo les falta despedir a Guillermo Moreno y reconstruir el Indec para cumplir con todas las reglas del manual. Una línea recta nunca fue, para los Kirchner, la mejor manera de unir dos puntos; les gusta el zigzag, los serpenteos y las ondulaciones. Al final, siempre llegan adonde decían no querer ir.

Otro postigo abierto será el pretexto de que la desaceleración local de la economía se deberá a la recesión mundial. La economía argentina ya venía trastabillando por sus propias razones, aunque no dejará de sentir los efectos de un mundo menos amable. Relatos en estado puro, como le gusta decir a la Presidenta. Las sociedades culpan siempre de sus males a sus gobernantes antes de mirar lo que sucede en el mundo.

Cristina Kirchner, que arrastraba una crisis de confianza social, se topará, le guste o no, con las consecuencias de una tribulación internacional que pareció agradarle en sus comienzos. Sacudía a los Estados Unidos y no a la Argentina, suponía ella. Intuición fallida. Hasta Europa y Japón tambalean por esa crisis, y la Argentina no está descolgada del mundo.

Hay, a todo esto, una conclusión puramente argentina. Parece haber fracasado la idea política de que era bueno trasladar el mando presidencial del marido a la esposa; lo mismo habría sucedido si hubiera sido al revés. Cristina, por lo menos, está atada de pies y manos para cambiar políticas y funcionarios, porque el creador de todos ellos es el hombre que la espera todas las noches para cenar. Eso explica la incomprensible permanencia de algunos funcionarios, que significan ya casi un suicidio político.

La sociedad, además, no puede ver en el actual gobierno a un gobierno nuevo. Lo está juzgando como si fuera una administración de casi cinco años y medio. Ve las cosas, en rigor, tal como suceden.

Espoleada por la crisis internacional y por esos férreos límites humanos y políticos, la Presidenta no vive tiempos fáciles. Y los que vienen pueden ser peores.


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