Friday, July 25, 2008

Todo tiene un límite

Por Guillermo Oliveto Para LA NACION Viernes 25 de julio de 2008
A medida que el mundo cambia, suele modificarse el prisma a través del cual lo observamos. Muchas veces, sin que lleguemos a percibirlo, se altera la creación de sentido tal como la conocíamos. Corriendo tras el vértigo de lo nuevo, perdemos de vista ciertos anclajes básicos inherentes a nuestra propia naturaleza. La inédita conectividad de la que hoy gozamos expresa, casi como ninguna otra cosa, aquello que llamamos globalización. Todo está "a un clic". Nada es lejos en lo que Marshall Mc Luhan bautizó como "aldea global". La caída del Muro de Berlín tuvo implicancias reales y simbólicas. Una de las más potentes fue la pérdida de la noción de límite. El mundo ya no tendría fronteras. Sin embargo, como destaca Umberto Eco en A paso de cangrejo , la idea de una línea divisoria que separe terrenos -físicos o simbólicos- no es algo que podamos dejar atrás tan fácilmente. "El concepto de límite es tan antiguo como la especie humana, incluso como todas las especies animales. La ecología nos enseña que todos los animales reconocen que hay a su alrededor y en torno a sus semejantes una burbuja de respeto, un área territorial dentro de la cual se sienten seguros, y reconocen como adversario al que sobrepasa dicho límite." Lo que acaba de suceder en nuestro país podría bien plantearse en términos deportivos; después de todo, a lo largo de cuatro meses, los propios protagonistas pusieron el conflicto dentro de la órbita de un "clásico". Pero superado el encandilamiento de una definición competitiva, con "ganadores" y "perdedores" de por medio, hay otros mensajes que envió la sociedad en su conjunto -o en sus fragmentaciones- que vale la pena rescatar. El joven intelectual norteamericano Malcolm Gladwell se hizo famoso con su teoría del tipping point (´momento clave ). Ese instante, ese chispazo tan elusivo y difícil de precisar, a partir del cual algo que estaba latente de pronto se transforma en una ola incontenible. ¿Qué pasó en la Argentina para que todo cambie tanto en tan poco tiempo? El conflicto entre el gobierno y el campo provocó un tipping point . En este mismo espacio, ya mencioné que nuestras investigaciones a fines de 2007 presentaban un hallazgo para comprender el nuevo deseo que estaba a flor de piel entre la mayoría de los argentinos. Superada la instancia de la crisis y recuperadas ciertas condiciones básicas de vida, asociadas principalmente con la posibilidad de tener trabajo y acceder al consumo, la gente quería un "proyecto". Una demanda propia de una sociedad mucho más madura que la de los años 90. Ya no alcanzaba con consumir. Esto se volvía condición "necesaria pero no suficiente". Por "proyecto" entendían una visión de mediano plazo, una garantía del rumbo, una estabilidad que diera bases sólidas a eso que, justamente, se fue por la alcantarilla en este breve lapso: la confianza. Al entrar el conflicto en la agenda pública, lo hizo con la característica propia del siglo XXI: incremento exponencial. El primer cacerolazo, tras aquel inaugural discurso de la Presidenta, fue el tipping point . En ese momento, la sociedad comenzó a expresar que "todo tiene un límite". Pero no se trataba ni de las retenciones ni del estilo ni del discurso en sí mismo. Era algo mucho más profundo, que contenía esos componentes -como otros de corte ideológico, histórico, económico, de pura conveniencia o de "estómago"-, pero que los excedía. La gente vislumbró, sintió, palpó que la escalada del conflicto podía diluir aquello que tanto anhelaba y por lo que seguramente muchos habían depositado su voto apenas seis meses atrás: la confianza en un proyecto mejor, superador, inspirador. El reclamo de los sectores vinculados al campo marcó un límite. Casi imaginariamente podríamos suponerlo en el umbral del 40% de retenciones. El Gobierno encontró un límite con los cacerolazos del 16 de junio: debió mandar la famosa resolución 125 al Congreso. El peronismo tradicional marcó un límite: su propia reorganización es la prueba más fiel de ello. La protesta también tuvo su límite: al borde del desabastecimiento, los ciudadanos expresaron que no se podían seguir cortando las rutas y paralizar el país. Muchos intendentes encontraron un límite: sus propios vecinos lo pusieron. El gremialismo marcó un límite: se ha dividido. La economía encontró un límite: a pesar de un semestre que, con todo, no deja de ser muy bueno (se crecería cerca del 7%); la incertidumbre ha reaparecido cuando no se la esperaba. El consumo marcó un límite. Sigue más sólido de lo que muchos suponen (nuestras auditorías de mercado reflejan un primer semestre con +7% de crecimiento en volúmenes en la venta de alimentos, bebidas, cosmética y limpieza), pero la confianza de los consumidores, según el índice de la UTDT, está en los mismos valores de 2001. El contexto, desde el punto de vista estructural, es muy diferente, pero la sensación "térmica" es similar. Algunas imágenes, como los cacerolazos, laceran una memoria todavía fresca y confunden ciertas "sensaciones" con "realidades". Y, finalmente, el Congreso marcó un límite. Más allá del resultado, ambas votaciones fueron muy parejas. Eso ya fue, en sí mismo, un límite. El histórico no del vicepresidente terminó de trazar la raya. ¿Y ahora qué? En primera instancia, recuérdese que un "límite" no aborta el vínculo; sólo define territorios. En medio de eternas idas y venidas, Nik publicó en este diario un chiste que refleja el deseo de la gente. Allí, un locutor muy solemne dice: "En un breve y escueto comunicado, la gente quiere dar a conocer su parecer Ejem ¡¡¡ Pónganse de acuerdo YA, no los aguantamos más!!! Gracias". Se han mencionado intereses ocultos y conspiraciones de diverso orden, muy difíciles de comprobar, pero no por ello imposibles de existir. De hecho, en el fragor de las múltiples protestas, algunas de ellas fueron verbalizadas. Pero que la adrenalina competitiva no nos conduzca a la confusión: lo que quiere la gente es que le dejen vivir su vida en paz y poder soñar con un mañana mejor. Por eso, reclama diálogo, comprensión, negociación y, fundamentalmente, solución. Tanto de un lado como del otro, el verdadero deseo es poder gozar de esas pequeñas cosas que son justamente las más grandes: la familia, los amigos, los abrazos, los planes, el trabajo, los logros, los asados, el descanso, el estudio, el disfrute de la cultura, la persecución de los propios sueños. No es parte del interés general tener que andar preocupándose por cuestiones que son responsabilidad de quienes gobiernan y gestionan. Y, mucho menos, reconstruir escenarios nefastos por los que pasamos hace muy poco tiempo. Nadie quiere volver a 2001. La gente está hoy muy atenta y dispuesta a intervenir siempre que lo crea necesario. Esta es una nueva característica del mundo You Tube. Aquí y en el mundo, los ciudadanos y los consumidores se sienten con el poder suficiente como para autoorganizarse, y aprovechar las nuevas y accesibles herramientas tecnológicas para compartir y amplificar sus opiniones y convocatorias. Los gobernantes, las empresas y las marcas que no den cuenta de esta disrupción serán sorprendidos una y otra vez por ese Gran Hermano al revés en que se ha convertido la sociedad hiperconectada. Más allá de los numerosos costos que hasta ahora arrojó el conflicto -entre los que mencioné anteriormente el "costo emocional", además del político o el económico-, podemos rescatar lo que ha dejado como saldo favorable. En primer lugar, una sociedad que ya se auguraba más madura y que, frente a la necesidad, lo expresó de un modo contundente. En segundo lugar, la recuperación del debate racional, cuyo ejercicio engrandece. La prueba más clara fue, sin duda, la relevante participación del Congreso Nacional. Y, por último, pero no por ello menos importante, la creciente convicción -ahora sí- de que la Argentina tiene por delante una enorme oportunidad histórica. Durante varios años, muchos no creyeron en ella. La llamaron "viento de cola" o "coyuntura". Hoy, la gran mayoría coincide en que el mundo nos está volviendo a dar una oportunidad como no teníamos hace un siglo. Si, como señaló ese gran intelectual que fue José Ingenieros -enemigo declarado de la mediocridad-, todo lo que hemos vivido nos lleva a darnos cuenta de una vez de que "los hombres y los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen, y los hombres geniales y los pueblos fuertes sólo necesitan saber adónde van"; la angustia, el dolor y el sufrimiento habrán valido la pena. Seremos más grandes. El autor es consultor en tendencias de consumo.

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